El primer cura marica.

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Pendejadas que piensa uno.

*** Por licencia poética algunos nombres y lugares han sido cambiados para colaborar con la Virgen***

Vivía yo en aquel tiempo en mi tranquilo barrio de Bogotá. Empezaba a crecer y empezaban los sucesos a mi alrededor a moldear mi personalidad, mi alma y no precisamente con buenos resultados. Ahora, al pasar los años, se evidencia en mi el efecto de los lastres innecesarios y perniciosos que he cargado. Pero, al tema:

Vivíamos la juventud en una zona dividida prácticamente en 4 ó 5 estratos, que por años regirían nuestro comportamiento.

La actividad preferida los fines de semana era juntarnos a jugar fútbol – partidos eternos – 3 ó 4 horas en unas mangas, mezcla de yerba y piedras, con un desnivel entre porteria y portería de unos 15 grados, donde se abultaba el marcador en cada cambio de tiempo y de puerta. Tardes inolvidables pero también tensas dependiendo del estrato de los oponentes. Muy al estilo de mi tierra y su estúpida costumbre de “quién es más” y “quién es menos”.

Un día cualquiera vino a jugar con nosotros “el seminarista de los ojos negros” – elegante, bien parecido y de obvia pulcritud de ademán y de lenguaje. Se encontraba entre nosotros durante sus vacaciones. ¡Oh! ¡Qué honor! ¡Un padrecito entre nosotros! Bueno, padrecito aún no, pero en esos meses se graduaba.

Y si su estrato de barrio no era el más alto, su estrato de futuro cura, lo elevaba al grado máximo. En aquellos meses de vacaciones fué frecuente su presencia. Y ya al final algunos se atrevían tutearlo y a llamarlo por su nombre. Pero otros no. El proyecto de cura hacía saber, de manera no muy sutil, quién era digno de familiaridad con él y quién no. Pero en general, el sentimiento era de gusto que estuviera entre nosotors. Mucha sonrisa, muy simpático, muy afable. Pero había algo. Un deje afeminado en su mirada y en sus gestos.

Pero no, que va. Debían ser imaginaciones mías. Tal vez eran delicados ademanes propios de la gente que está en paz con Dios. ¡No faltaba más!

Claro que en aquella casa cristiana y piadosa donde nuestro seminarista residía, residían su hermana y su hermano, también personas de fe. La una más seria y tieza que un caballo de ajedrez, pero el hermano menor era “un vacán” – compraba discos de Rocío Dúrcal y Marisol y toneladas de pornografía que guardaba en un baúl en su pieza y encima del baúl había colocado una estatua muy blanca y muy azul, de María Auxiliadora: sí, la Santísima Virgen era la guardiana de su arsenal de porno. Nuestra Señora del Porno le decía el. Lo protegía para que no lo descubrieran. - ¡Cosas de la fe! –

Como se reía al quitarla de allí y repartirnos su “material de lectura” que deberíamos devolver intacto y sin arrugas al siguiente día. No más teníamos una noche para explorar y disfrutar el material tan escaso, remoto y prohibido en esa época.

Un día rutinario como todos apareció en el barrio un visitante, un muchacho de cualquier 20 años, elegante, pinta pero con marcado aire femino: pulcramente vestido y en un “carro de rico” de esos de los últimos modelos – inexistentes en nuestro barrio.

Se anunció él mismo, que provenía de Girardota y con sus alborotados ojazos de “Miss Colombia” preguntaba por la dirección precisamente, del seminarista en marras. Fué un encuentro tierno y discreto entre ellos dos. “No joda… aquí hay algo raro”.

A los pocos días nos anuncia nuestro amigo “el Apaga'o” que se iba pa’Girardota invitado por el cura y su amigo. Que se iban por carretera en un carro nuevo y que aquí…y que allá…. Y que regresarían en 5 días, el domingo por la noche.

Pues días después, el lunes, en nuestra acostumbrada charla nocturna en las escalas de la casa de Humberto, el Apaga’o expresaba en voz baja y en suspenso: Muchachos ¡ese cura es marica!

Dejá de decir pendejadas fué la respuesta unánime de los presentes. - ¡No! ¡sí, sí es! Y es más. El sardino ése es su novio. En el camino empezaron a tomar trago y a recostarse agresivamente el uno contra el otro, exclamando ¡curvas a favor! cuando el carro negociaba las curvas de la carretera. Yo me alcancé a dar cuenta que durmieron juntos allá en el apartamento en Girardota.

Me vino a la memoria aquella ancestral historia, debido precisamente al escándalo eclesiástico en los Estados Unidos que hoy es tema del día en las noticias y de sarcasmo de los humoristas de la TV nocturna. No faltando por supuesto el ángulo sicológico con toda clase de especulaciones en busca de una explicación de la frecuente incidencia de episódios pedofílicos en miles de Iglesias Católicas de los Estados Unidos. Algunos comentaristas más agresivos se refieren a dichas iglesias como “antros de pedofílicos y homosexuales”. Grave y estridente acusación contra el clero, enotrora tan respetado. Y no se trata de acusaciones contra cléricos de bajo rango, sino inclusive contra solemnes, cuando no beatíficos, obispos y cardenales – que se tapaban sus gustos los unos a los otros.

Han ocurrido grandes mermas en las colecciones de limosnas y diezmos a las iglesias. Los feligreses están vigorosamente en contra de contrubuír más dinero, cuando se reportan gastos legales de 500 millones (¡500 millones!) de dólares, por ejemplo en Boston, de pagos por daños a niños menores de edad causados por ataques y violaciones sexuales de los supuestos representantes de Cristo.

Aunque no faltan vociferantes “defensores de la fe” que con pasión arguyen que esto es un complot de los diabólicos liberales contra los perseguidos cristianos.

Oyendo todo esto que ocurre y es tema obligado de las noticias, no dejo de hacer un recorrido mental por los colegios religiosos donde recibí mi educación por 12 años. Y no, no me viene a la cabeza ningún cura o hermano cristiano que tuviera esa clase de reputación, - de ser voltia'o. En lo absoluto. Gente correcta y dedicada a lo suyo: educar párbulos. Gente que hoy recuerdo con respeto, admiración y cariño. Ninguna queja, ningún mal recuerdo.

Al pasar los años, muchos años, volví a saber casualmente del cura aquel de mi juventud.

Por lo que parece, ocupa un lugar respetable en la sociedad, y sobretodo entre los más creyentes de aquel viejo barrio. – Yo me lo imaginaba desacreditado o tal vez hasta en la cárcel si hubiera mantenido su afición por muchachos jovenes – Pero no. Algo lo protegió.

En la arbitrariedad de los milagros de lo cristianos parece que Nuestra Señora del Porno había extendido su protección no solo al dueño del baúl impidiendo que lo descubrieran, sino que de la misma manera había favorecido a su hermano.

Podrá parecerles extraño, pero... ¡así son las cosas de la fe!

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