LOS PRIMEROS PININOS.

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La llegada a Miami había sido en un avión de Aerocóndor, con una ventanilla vibrándome en la oreja derecha, durante todo el vuelo, desde que salimos de Bogotá. Yo, a decir verdad, venia prácticamente ingesto de alcohol. Habia tomado hasta caer al suelo la noche anterior. Que viaje tan largo. Sentía que me sudaban los piés como si tuviera grasa en las medias. Tenía puestos unos zapatos nuevos de charol y de un color púrpura, tirando a rojo oscuro. Aún hoy, tanto tiempo después, no olvido la sensación en los piés ni lo peculiar e incomodo de mis zapatos nuevos. Habia salido dramáticamente de Colombia a esta incierta aventura en los Estados Unidos. Tenía escazos 20 años de edad.

Hacía unos cuantos días había presentado mi último exámen final en la Universidad de Medellín. Fué precisamente el exámen de Inglés: le había aclarado a Don Argemiro en el pasillo que el original era el mío. Yo había terminado antes que todos, puse my exámen en el escritorio del frente y salí del salón, pero por la ventana pude ver como le echaron mano y empezaron a copiarlo haciéndole rueda. Inglés era mi mejor materia. Don Argemiro, como siempre solía hacerlo, se había salido de la clase y nos habia dejado sólos.

A ver pa'que me servía el nuevo idioma ahora en Miami. - Estoy hablando ahora del Miami ancestral, cuando todavía era parte del territorio gringo y sus habitantes aún hablaban Inglés.

¿Para dónde va? ¿cuánto trae? ¿cuánto tiempo se va a quedar? - Traigo 8 mil dólares, Voy para New York a encontrarme con unos amigos y sigo para Toronto en 11 días. - Perfecto. Bienvenido a los Estados Unidos. No puede permanecer acá más de 6 meses me dijo el gendarme de ojos azules en el retén de inmigración.

La espera para embarcarme a New York iba a ser de casi 4 horas. - ¡qué sed! - ¡qué hambre! Lo primero que voy a hacer es comer algo pero primero voy al baño a ver qué es el problema con los piés. ¿por qué están tan mojados? - me empezaba a llamar la atención la limpieza, el orden, el lujo del nuevo mundo. Me admiró el baño. - En fín me senté, me quité los zapatos y la decision fue secarme los piés y envolvérmelos en papel higiénico. Eché las apestosas medias a la basura, me puse los zapatos con mis improvisadas medias de papel, enseguida a lavarme las manos y la cara y a comer algo.

Al mascar, me dolían los dos dientes del frente bajo de la boca. Hasta alcancé a notarlos flojos. Resultado de una batalla campal con mi papá la noche anterior. O no batalla, golpiza que me puso. Yo no alzé las manos ni para defenderme. Al revivir los sucesos, lagrimiaba de enojo: ¡viejo marica!

Aunque hasta razón tendría. Me había escabullido por la noche en una de las camionetas repartidoras de Textiles Bonanza – su fábrica de textiles y de cobijas. Estabamos en las fiestas univeritarias y en medio de tremenda borrachera ya al amanecer, la llené de compañeros de clase y nos fuimos para Lovaina, el barrio de putas en el Medellín de ese entonces. No se cómo nos acomodamos once allí y raudos a lo que ibamos. Pienso que el más borracho era yo. Ya hacia tiempo que había perdido el control sobre la cheveza. El caso fué que en una falda en pleno barrio se le reventó el motor a la vieja camioneta. Era mucha la carga y le metía yo los cambios a las fisicas patadas. - El lío que se armó al explicarle yo a Don José a la mañana siguiente, que el carro estaba barado “donde las putas”. Hacía pocas semanas me había estrellado contra un camión lechero en Miraflores y había despedazado otro carro del que el hombre estaba muy orgulloso.

Me daban vuelta imágenes, sucesos, ideas en la cabeza. Pensé en Claudia. ¿Cuándo lo volveré a ver? Su recuerdo eran punzadas en el alma. - Hacía meses que había llegado ella de unas vacaciones en la costa y a su regreso no me llamó y el inevitable encuentro entre los dos fué muy frío de su parte. Cuando quise acercármele me dijo “se acabaron los besos de Claudia”. Ahí sí, como dice la tonada, yo sentí que mi vida se perdía en un abismo profundo y negro como mi suerte. Y no habían mariachis por ninguna parte. De regreso a mi casa venía de luto. Y tal vez no se trataba de profundo amor por ella. Se trataba más de mi inhabilidad y mis complejos que no me dejaban aceptar el rechazo o la crítica – maldita cualidad que me traería tantos problemas en la vida. Falta de columna vertebral y de carácter de mi ego. Perder el control sobre ella lo tomaba yo como algo humillante. No pude deshacerme del disgusto hasta no montarme en el avión abandonando el país, estudio, familia y amigos. Era un descanso estar lejos de su casa en el barrio La Floresta, que ella insistía era el barrio Laureles... de un poco más de clase.

Bien: estaba en el aeropuerto de Miami pidiendo a señas en una enorme cafetería. Sólo, con los pensamientos a mil. El enojo con mi padre, la decepción con Claudia, el pesar de abandonar la Universidad de Medellín. - Ya por fín estaba medio encaminándome a estudiar en forma y además ya había conocido a Teresita. Cómo me gustaba esa morena. Mucho menos empetacada que la Claudia. Teresita era una trigueña alta, hermosa y de cuerpo esbelto y espectacular. Pero eso sí, tradicional y a la antigua. No había como entrarle. Pero yo me dí mis mañas y estabamos muy bien. Si no hubiera sido por la frustración que traía yo por dentro. Frustración por todo y por todos. La historia de mi puta vida. Enojado desde que nací.

Salimos por fin para New York ya como a las 6:30 pm. El avión iba repleto. Y a mi se me acentuaba el efecto de la borrachera de la noche anterior. Me sentía muy solo. ¿Qué sería de mi en New York? ¿Si había sido buena idea venirme por aquí? Regresé por un buen rato, mentalmente a Medellín. No. No había nada que hacer allí. No tenía connección con nadie, escasos amigos, futuro incierto, problemas en la universidad, atrasado en los estudios y todo esto lo topaba una situación insoportable en mi casa, sobretodo con mi papá. - Era yo en ese momento un perfecto desadaptado, un incapaz de establecer lazos con nadie, un tipo lleno de enojos y paralizantes complejos.

Ya había oscurecido cuando aterrizamos en New York. - Y ¿ahora qué? Pues un taxi, me voy para Queens allí está Esaú y tengo también la dirección de Agustín. Esaú mi compañero y vecino de barrio que hacía 10 días había llegado el mismo por primera vez a New York, en busca de “algo qué hacer” ante las fuertes críticas de su suegro que lo traía cortito por no trabajar, no ganar, no producir nada. En realidad fué el mismo Esaú el que me inspiró el viaje a EU. - “Esperáme pa'que nos vamos juntos” le había dicho en Medellín en un encuentro casual en una cafetería en el centro de la ciudad. “¿Cómo te voy a esperar güevón, si vos ni visa tenés?

Salí del aeropuerto en busca de un taxi. Traía como un montón de dólares, toda mi fortuna, en el bolsillo de la camiza y me horrorizé cuando el taxista me dijo que costaba 7 dólares ir a Queens. (¿21 pesos?) No joda. Es mucho. A ver cómo llego a Queens en uno de estos buses que veo por acá. A estrenar el Inglés en una necesidad de la vida real. Pidiendo ayuda a una pareja en la acera del aeropuerto, me informaron que el bus Q-10 hacía conección con el tren que pasaba por Queens, concretamente por la estación Elmhurst que era para donde yo iba: 8411 Elmhurst, Queens NY 11373. No se me olvida.

Ya era pasada la media noche y en el bus habían escazas 4 personas. Oí a alguien hablar Español, alguien con acento Ecuatoriano o Pastuzo. A este sí le voy a preguntar el asunto del tren y qué enredo eso de los trenes de New York. Dos o tres niveles, ruidazo, avisos, anuncios, todo desconcertante ante mis montañeros ojos. Me vencia el sueño, me anulaba el guayabo. - “¿A qué horas voy a encontrar una cama?” - “¿Dónde voy a dormir hoy?” me decía mientras sentado encima de la maleta espera el tren en la solitaria estación a la 1 de la mañana.

Ya en el tren, sentí que alguien me tocaba el hombro y me despertaba. Era un señor cincuentón a algo así, con acento extranjero, pero hablándome en Inglés, que me señalaba al bolsillo de la camisa y me decía que cuidado con esa plata que se me iba a salir o me la iban a robar. Se sentó al lado mío, me puso una mano en el hombro y me preguntó que qué me pasaba, que para dónde iba, y que si no sabía lo peligroso que era dormirse en el tren a esas horas de la madrugada. Me acompañó hasta mi destino, me deseó suerte y se despidió. - No, ni era marica, ni me iba a robar. ¡Era un tipo buena gente!

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