Abandonando el culto.

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Hace ya 7 años, en una noche cualquiera de tantas de asidua asistencia a las sesiones de Alcolocos, mi creciente malestar en la secta alcanzó efervesencia. Acababa de hablar por más de media hora un borracho recaído de ojillos porcinos de nula inteligencia, que con su limitado vocabulario y entre putazos y desmadres, proclamaba ser arduo lector de libros de sicología y de comportamiento humano. Oyéndole, me preguntaba yo, ¿libros de sicología? Este pobre hombre a duras penas puede hablar con sus rudimentarias expresiones. Dudo que en su vida haya leído un libro entero. A lo máximo este humilde grupero lo único que lee son los encabezados de las fotos de los asesinatos del periódico amarillista Alarma. Y yo de pendejo aquí sentado escuchándole. – Mientras tanto, en el fondo, se alcanzaba a oír otro recluta de la secta, expectorando gargajos, uno trás otro, en el bote de la basura, salpicando de paso la cafetera de uso común. A los residuos del paso de las cucarachas nocturnas que poblaban la sucia cafetera, ahora este hombre le añadía sus asquerosos fluídos humanos, mezcla de saliva gargajosa y de encías y dientes obviamente pútridos y pestilentes.

Para complicar la ridícula situación, el siguiente participante, se expandió confesando entre sonrisas babosas y estúpidas, el rapto criminal del que había hecho víctima en ocasiones separadas a dos mujeres. Se me ocurría a mí: este tipo ya no es un caso de alcoholismo. ¡Este tipo es un criminal! No debiera andar acá pavoneándose como un hombre de bien y recuperado, sino andar en la cárcel compañero de algún negrote homosexual en una celda. De nuevo, “yo aquí de pendejo escuchándole”.
¡Suficiente! Esa noche me prometí que nunca volvería a esa madriguera. ¿a qué? “Sacudí el polvo de mis sandalias” a la salida de la cueva y dije adiós para siempre al espejismo de AA, a la addicción a sesiones y más sesiones, con la que había remplazado los ritos y las largas horas de pasadas borracheras. Dejaba atrás al sicólogo, al gargajiento y al violador y dejaba atrás también otras personas menos drásticas pero igual de engañadas por los cánticos de la misma sirena que me mantuvo hipnotizado a mí por tanto tiempo.

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