
Había que ir a recoger el carro a Riosucio. Se había varado y necesitaba un repuesto. Invité a Humberto y a Silvio a que fueran conmigo. El viaje iba a ser de todo el día.
Ya en Riosucio, la espera fue de un par de horas... y luego derecho pa'Medellín, eso sí, parando en todos los estaderos a oir músiquita y a tomar aguardiente.
Mientras tanto, mi papá esperaba en la casa por su carro: un hermoso Oldsmobile Delta 88, rosado y crema, que había pertenecido al cónsul norteamericano en Medellín. Bonito, impecable. LLamaba la atención. (El carro, no el cónsul.)
Se fué haciendo tarde en la carretera. Y se fué terminando el dinero. Pero la estabamos pasando muy bien con las niñas que acababamos de conocer mientras nos tomabamos ya dizque el último. No hay plata pa'más y se está haciendo tarde. ¡Voy a encontrar a mi papá todo berraco!
A las 9 de la noche ya estabamos de regreso en la ciudad, por la Avenida La Playa pa'rriba a dejar a Silvio y Humberto en el Barrio Buenos Aires. Decidimos parar en el Escorial, un bar restaurante serenatero, donde ya tarde en las noches se juntaban los muchachos a contratar músicos pa'llevarle serenata a la novia. Oyendo cantar boleros y sonar guitarras y tiples, decidimos quedarnos otro rato. De todas maneras traía yo en el bolsillo el dinero extra que me habían dado para cubrir el arreglo del carro en caso de algo inesperado. Además, ya para esta hora debían estar todos dormidos en la casa y daría lo mismo llegar a las diez de la noche que a la una de la mañana.
Estaba un poco tarde para llamar a Claudia, pero que carajos. En su casa tienen dos teléfonos y ella sabe a cuál llamo yo cuando está tarde y corre a contestar. La conversación fué corta y ella me hablaba muy pasito pues "me ragaña mi mamá si me oye hablar por teléfono a estas horas". – Y de encima esa bullaranga de los músicos en el Escorial. Apenas si pudimos decirnos algo. Mmmua mmua. Adiós.
Muchachos – vamos a llevarle serenata a Claudia. No, No. Sín músicos. – Les dije yo. ¡Nosotros! – Y ahí vamos... entre copetones y borrachos, a hacer la payasada de la serenata al frente de la casa de Claudia. Si se emberraca mucho Doña Lucy, su mamá, que se aguante, que no joda. Los tres, sentados en la trompa del carro, cantando güevonadas. Nadie prendió una luz en esa casa, ni se asomaron por las persianas, ni salió Doña Lucy a corrernos de alli, ni llamaron a la policía... ¡nada! No reacción a nuestros maullidos callejeros... ¡qué gente tan rara! ¡No joda! ¡Vámonos muchachos! (¿Será que están en la finca? – pero, ¿hoy Martes?) - Cuál finca güevón, dice Silvio. ¿No acabás de hablar con ella pues?
A ver muchachos. Venga yo los llevo a su casa que yo ya estoy mar'iado. Además me quedé berraco con lo de la serenata.
Ya de regreso... ahí está el Escorial. ¿Será que paramos por el último? Venga pues.
***
Eran pasadas las 5 de la mañana cuando un policía muy joven se acercó a la mesa a despertarnos. ¿Qué querés tombo marica? – Doctor, me dice, (en Colombia le llaman doctor a cualquier pendejo), ese carro que está ahí mal parqueado en la acera, obstruyendo la entrada a este local... ¿podría moverlo por favor?
¡Coño!... son las cinco. ¡Vámonos, vámonos!
Recuerdo el amanecer... ya empezaba a clarear... y recuerdo pasar por la Iglesia Buenos Aires... iba "volando bajito" con mis 8 cilindros en V. Y ya llegando al Sol de Oriente, poco antes de subir por las mellizas a dejar a Silvio, yo ví el camión lechero viajar hacia mí en dirección opuesta... yo ví que me había metido en la vía contraria, yo ví Sol de Oriente... yo ví que iba muy rápido... yo ví que me iba a chocar... ¡nos vamos a matar! – tengo que frenar... tengo que esquivar ese camión... pero ¿qué me pasa? ¿por qué me pesa la pierna derecha una tonelada? ¿por qué tengo las manos engarrotadas? ¿por qué estoy hablando tan d-e-s-p-a-c-i-oooo? ¡PUM! ¡El putazo!... sangre por todas partes.
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Ese carro echando humo, el parabrisas quebrado, la trompa remangada, y los bomberos forzando la puerta de mi lado para sacarme a mí. Me oprimía el pecho la cabrilla. Pero estoy bien, estoy vivo. No me duele nada. Y ¿esto que es? ¿por qué estoy sudando? – No, esto es sangre. No debe ser nada. Ni siquiera me duele. Lo que si estoy es muy borracho, ¡no friegue! ¡coño! Creo que me rompí la cabeza.
Silvio... ¿qué te paso? y ¿ese montón de sangre en la cara? – nada hermano, yo estoy bien. La sangre es muy escandalosa. Y ¿Humberto? – A ese no le paso nada. Ahí está ese marica riéndose.
***
Muchachos. Ya viene la policía. Entrense a tomar café amargo pa'que no digan que estaban borrachos, nos dice el tendero al frente del choque. – ¡Ay! Muchas gracias señor. ¿Será que me presta el teléfono? Quiero llamar a mi casa. – Sí mijo, bien pueda. - Silvio, llamá vos a mi papá, ¿sí?
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LLegó Don José en la camioneta de Textiles Bonanza. Con el venía el abogado de la fábrica. Le habían dicho que el asunto era de bomberos, ambulancia y policía. Venía pálido, lívido. Miró el carro, le pegó un puñetazo a la capota y quién sabe que más dijo. Y voltió en torno a buscarme. – Ya estabamos los tres en la patrulla de la policía. "que pa'policlínica primero y después a permanencia" por accidentarnos borrachos. – No señor, no los podemos soltar. Especialmente a este (yo), que venía manejando así.
LLevabamos unos pocos minutos rumbo a policlínica en la patrulla cuando pararon ya lejos del accidente a hablar con mi papá que desde la camioneta les hizo señas. Se arreglaron como es costumbre en mi tierra, y me dejaron ir.
Adelante iba mi papá con su amigo el abogado y atrás iba yo. LLegamos a la casa. Sin palabras, entendí que me bajara. Quedé al frente de la puerta. Mi papá y su amigo siguieron su camino. Los ví perderse en la distancia. ¡Mi papá no me había dicho a mí ni una palabra!
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Mijo... mijito... ¿qué le pasó? grita histérica mi mamá al abrir la puerta. – ¡Nada hombre, nada! ¡Tengo un haaaambre! ¿No habrá recalenta'o con huevitos? Ya en la mesa desayunando le comento yo a mi mamá: mi papá no dijo nada. ¿está muy bravo? – Ay mijo... su papá me llamó y me dijo que cuando vió de lejos como quedó el carro, pensó que usted estaba muerto y que por eso era Silvio el que había llamado, y le pidió a Dios que el todo es que usted estuviera bien y que el no le iba a decir nada por el choque!
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Pues sí, no dijo nada. Esta vez. – Ya habría tiempo y ocasión de explotar. El próximo desastre mío no se haría esperar.
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¡Ay¡ muchachos, nos dice la mamá de Humberto esa tarde en su casa. Ustedes tres se van a matar juntos un día de estos. - Palabras proféticas. - Silvio y Humberto dejarían de existir al poco tiempo. Murieron juntos en un accidente parecido. Yo ya había me había escabullido a New York.
>Riosucio entre sus montañas

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