
Erika Swoboda y su media naranja, Peter, en Berlin, 1981: ambos son pilotos aficionados en Alemania. Erika habla perfecto Castellano y Peter perfecto Inglés, además del Alemán ambos.

Berlin 1981. Guillermo Orozco & Erika Swoboda
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¿Medellín? ¿Cuánto hace que saliste de Medellín?
¿En 1967, 1968? Yo salí el 20 de Julio de 1970. Volví, creo, en 1995 por una semana. Y en 1996, a celebrar los 30 años de haber terminado bachillerato (1966: estuviste conmigo en el Hotel Nutibara, en el baile de graduación. Allí estuvo también Roswita)
Preguntas que qué sentí. – Había llegado a la casa de un amigo, compañero del Colegio. Llegué de noche, al nuevo aeropuerto en las afueras de Medellín en Rionegro (un pueblo).
No podía creer que me encontraba en Medellín ¡después de 25 años! Al otro día me levanté muy temprano, me fuí caminando por ahí con la intención de recorrer Medellín yo solo. Cogí un taxi y me fuí para el centro (Junín con la Playa) – no sé si te acuerdas. Encontré el centro lleno de vendedores ambulantes en las aceras. Era evidente que esto ya no era el corazón de Medellín ¡Todo tan distinto! – Me puse a caminar, entré por allí a tomar un café y a mirar la gente pasar: la gente de Antioquia, la gente con quien crecí. Oyendo la gente hablar con acento paisa después de un cuarto de siglo de ausencia. Caminando, me encontré en frente de una Iglesia blanca grandotota, en otro tiempo conocida, pero no pude acordarme del nombre. Entré, me senté otro rato a pensar y a ver la gente entrar y salir. De allí, caminando a la deriva, llegué a la Plazuela Nutibara donde mil veces había cogido el bus de Buenos Aires para ir a Miraflores. – De nuevo, se notaba que esto había vivido mejores tiempos. Se veía la plazuela no se si abandonada, pero sí descuidada. Caminando por ahí llegué a un pequeño parque, de piso de ladrillos que se veían nuevos todavía y con una estatua muy bonita en el centro. – Esa tarde, 8 horas después, en un festival allí mismo en esa plaza, explotó una bomba con metralla (llena de puntillas de acero, que mató a varios e hirió a un montón)
En fín, estaba ansioso de volver a Miraflores – le dije a un taxista que me llevara “arriba de las mellizas” – y que quería darme una vuelta por allí despacio. Me advirtió que me llevaba pero que no podría ni conducir muy despacio, ni pararse a esperarme – que Miraflores era ¡un barrio peligroso! y que los vigilantes del barrio la emprenderían a balazos contra taxistas sospechosos. (En ese tiempo los taxistas tenían muy mala reputación pues parece que muchos de ellos pertenecían a Pablo Escobar, el mafioso Colombiano). Le dije que me llevara y que por favor volviera por mi unas horas más tarde. Me bajé al frente de la que había sido mi casa y me puse a caminar, algo nervioso, por el barrio Miraflores. Lleno de nostalgia, hasta querían salírseme las lágrimas. Me atreví a tocar la puerta de esa casa y me encontré con una cara anciana pero conocida: Don Lisímaco, el papá de Nano. Vivió en el mismo barrio, en la misma cuadra, toda la vida. – Hablamos, y me invitó a entrar a la casa, allí en el fondo estaba mi cuarto. No se como explicarte bien lo que sentía.
Salí por la calle para abajo, caminé al frente del Quimbayita, pasé por la casa de los Velásquez, el caserón de los Sierras, y por lo que antes era el Colegio Montesoriano, a media cuadra de tu casa. Todo en silencio; ni un alma en la calle. Me detuve a mirar la casa de Erika y me vino a la mente más que todo tu abuelo Walter, los perros negros que tenías en tu casa y tú: casi podía imaginarte con un pantalón negro y una blusa roja – con tu sonrisa tan peculiar. Tu casa no podía ya verse desde afuera: levantaron unos muros muy altos, con púas encima, estilo cárcel. Ya toda la cuadra estaba construida y en la manga que había al lado de tu casa ya habían edificaciones, muros, viviendas.
Seguí caminando para arriba, por la casa de los Saldarriagas, etc. Me parecía todo tan sólo. Noté muchas ventanas con rejas de hierro. Me sentí tan extraño en este barrio fantasmal y desolado, ¿pero dónde está la gente?, quisiera nunca haber vuelto por allí. Fué traumático. Se me revolvió el alma, la nostalgia existencial. Se desintegró la cálida imagen que tenía yo de Miraflores.
Ya habían pasado varias horas y el taxista había vuelto por mí. Era hora de regresarme a la casa de mi amigo. Bajando por las mellizas divisé desde el carro, lo que había sido tu colegio, El Santa Inés – de esas hermosas niñas de antaño, sonrientes y vivaces, de uniforme blanco y verde, sólo quedaban imágenes indelebles en el cofre ancestral de los recuerdos.
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