Salomé era la monita más hermosa que estudiaba en Ingeniería en la Universidad de Medellín. Nunca me atreví a hablarle. Nos manteníamos con "asiduas miraditas de lejos". Un día, durante las vacaciones de medio año, nos encontramos de casualidad en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, camino a Medellín. Ella me saludó con efusiva sonrisa a la que yo correspondí ... y muy mundano y displicente continué mi camino. Pero todos los poros me pedían que me sentara con ella, a hecernos amigos, a contemplarla de cerca. Pero, ¿cómo me devolvía? – ¡Que oportunidad dejaba ir! - ¡Maldita sea! ¿Por qué seré tan pendejo? – pensaba yo, casi en voz alta.
Pero, ¡oh!, bendición del cielo, nos tocó juntos en el avión, juntos uno al lado del otro, ella arrinconadita contra la ventanilla y yo en el centro. Fué un corto pero inolvidable viaje. Ella, allí, al lado mío. Que manitas tan lindas, dios mío que sonrisa, que hermosa... la voy a querer toda la vida... lo confirmaba la taquicardia acelerada que sentía yo en el pecho.
El aterrizaje me devolvió a la realidad, se iba la pajarita acorralada. Se montó en el carro y se despidió diciéndome "adiós, monito" con la más coqueta de las sonrisas.
Nos seguimos viendo en la Universidad, pero ya no volvería a hablar con ella... hasta aquel día fatídico.
Estabamos en exámenes finales y una barrita de seis, habíamos conseguido permiso para amanecer estudiando en la biblioteca de la Universidad. Era mi tercer semestre allí, después de haber cursado 5 escabrosos semestres en la Facultad de Geología y Petróleos de la Nacional. Escabrosos porque compartía mi tiempo entre estudiar entre semana y beber cantidades comerciales de aguardiente y ron en los días libres. Por dos años había manejado bien el asunto en la Nacional, pero ya en el quinto semestre... ¡de culos pa'l estanco! No dí el promedio de 2.4 que necesitaba en las calificaciones para continuar en la Nacional. ¡Me van a matar en la casa! – La solución fue huir. Huir a trabajar en el monte con la Federación de Cafeteros. Muy en contra de mi papá que insistía que siguiera estudiando "que ya iba en la mitad". Si supiera el hombre en las que yo andaba.
La bebedera en la Federación se hizo peor. A gritos y sombrerazos trabajé unos meses allí y a mi regreso a Medellín me encuentro sin cupo en la Universidad. Me salvó Doña Lucy, la mamá de mi noviecilla Claudia. Doña Lucy era Congresista o Diputada... algo así y era amiga del decano de Ingeniería de la Medellín. Fué personalmente conmigo a hablar con el Decano y santo remedio: en la Universidad otra vez.
Todo marchaba bien aquella noche de estudio. Nos habíamos proveído de varios termos de café, sandwiches, botellas de naranjadas y 10 cajetillas de cigarrillos americanos. En ese entonces era permitido fumar hasta en misa.
Al amancer ya sentía la lengua pesada de tanto café y cigarrillos pero estabamos hechos unas fieras para el exámen de análisis matemático con el profesor "choclo". Esa mañana eran dos exámenes. El más mamado, el de dibujo lineal a las 8 y el más temido, el de "choclo" a las 10 en el laboratorio de física que ahí cabíamos todos.
Detrás de la Universidad había un barrio popular y hasta peligroso. A Javier se le ocurrió la idea de ir a desayunar al barrio. Eran pasadas las 5 y media. LLevabamos 9 horas estudiando y 24 sin dormir. Ya habría tiempo de cama después.
Nos encaminamos al barrio y al poco tiempo estabamos sentados los 6 esperando "unos huevitos pericos" con arepa redonda y con tintico con leche. Todos con cara de transnocho, despelucados y hambrientos. ¡Pero más listos que'l putas pa'lexámen del choclo!
Al frente, en una cantina pinchurrienta sonaba a todo taco un tango tempranero. Otra vez se inspira Javier: vamos a poner musiquita mientras desayunamos. Yo, de pendejo, me voy con él pa'la cantina. Que tango tan bacano dice otra vez mi amigo el inspirado. ¿Será que nos tomamos un aguardientico? - ¿Aguardientico? digo yo. ¡No jodás! Son las 6 de la mañana, ¿vos estás loco? – Aguardiente no hay, dice el remedo de cantinero, tenemos tapetusa. Sabe mejor que el aguardiente de estanco y... ¡es más barata!
¡Ah bueno! – si es más barata entonces danos dos ahí a la carrerita que nos tenemos que ir. Cuando menos pensamos eran casi las 8, no habíamos desayunado, los otros se habían ido para la Universidad y quedabamos solos, Javier y yo. ¡Ingestos de tapetusa! – Corréle güevón que vamos a llegar tarde me increpa Javier. ¿corréle? a tumbos llegué yo al segundo piso al exámen de dibujo, arrastrando una enorme regla T y una bolsa con un montón de plumas y tinta china, marca Pelícano, que era la mejor. A Javier lo alcancé a ver sentado muy tranquilo, pero el profesor notó algo en mí y se me acercó. Orozco, ¿a usted qué le pasa? – Hombre, ¡usted esta borracho! – Y acercándose más, me dice al oído: andáte hombre pa'que no te metás en problemas. Después hablamos lo del exámen. Pero... andáte... andáte.
Y "andáte" me hube. Veía yo las mesas de dibujo occilar y pensaba con temor "yo me voy a caer" Agarrándome de los pasamanos llego con caminado cantinflesco hasta la cafetería.
Ya dos o tres me estaban mirando raro. – Y ¿a quién alcanzo a divisar de espaldas, diametral a mí en la cafetería? ¡A Salomé! ¡Salomé a la menos uno! Le decíamos así porque era el sueño de todos: uno sobre Salomé.
Hola monita-le digo-alcanzando la mano para tocarle el hombro, cuando siento que me voy al suelo. No lo pude evitar... y de nalgas al piso. Ahí, como una tortuga voltiada de pa'rriba. No había modo de pararme. Desde mi posición supina, veía allá arriba el círculo de ojos que con curiosidad estaban fijos en mí. - ¿Qué pasó después? – No lo sé. Se apagaron piadosamente en ese instante las luces de mi universo. Lo sucedido se lo trago esa estrella negra asidua compañera de los borrachos.
¡Salomé quiere tu cabeza!
***
Memo: te van a expulsar, fué el saludo por teléfono a la mañana siguiente, de mi amigo Gregorio. – No jodás, ¿sí? – y ¿quién me va a expulsar? – Pues el decano, pero más puede hacerlo El Consejo Estudiantil. Salomé anda armando tremendo lío allí.
Sentí un volcán de pensamientos: Ahora sí la embarré del todo. Que vergüenza. Pero ¿por qué será que hago yo esas güevonadas? Me va tocar irme pa'Estados Unidos con Esaú que hace rato anda con ese cuento.
¿Por qué no hablás con Gustavo? Me dice Gregorio. El es el presidente del Consejo. A ver que dice. Ustedes han sido buenos amigos. El Consejo se reúne el martes.
***
Después de angustiosos días de espera, resulta que Gustavo logró detener el alud. Por ahora, pospuesto el viaje para los Estados Unidos.
Pero no por mucho tiempo. Se aproximaba otro descalabro... producto del sinisestro lastre con que me tocó vivir la juventud.
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