El día malo.

El 29 de Abril salía para California. Pero antes de irme, madrugué a recoger un trabajo a la imprenta pues allí trabajan 24 horas al día. Me había ido en mi carro nuevo (Mercedes S430) y al entrar al edificio me lo rayó de principio a fín, una pesada puerta de vinilo. ¡Mal comienzo!

Enseguida, al revisar los libros, me doy cuenta que el trabajo estaba mal. A repetirlo. 5000 mil libros a la basura, y a esperar otra semana.

Ya enojado y molesto salgo a la 1 pm para el aeropuerto O’hare. – En la entrada al embarque de pasajeros, me hacen una requisa especial, minuciosa y larga. Me tocó después recorrer a pié y muy afanado, como media milla por los pasillos, ¡no joda! – al llegar a la sala de embarque, estaban cerrando la puerta del avión. Too late! dice el encargado. – Al final, que dizque me podían despachar en el vuelo de las 7 de la noche. ¡Que 7 de la noche ni qué cuartos! Cancelé el viaje: no quería llegar a San Francisco a la media noche.

Regreso a la Oficina, pensando que tal vez no me convendría el viaje. Pendejadas que piensa uno en casos así. Y luego, a la casa, ya resignado – y algo triste por el daño del carro, pues lo acababa de comprar.

Ya como a la media noche me dispongo a acostarme, doy vuelta a la casa a chequear ventanas y puertas. Veo la ventana del patio abierta y en la oscuridad avanzo a cerrarla. De repente siento que al dar un paso se me enreda el dedo gordo del pié izquierdo en una reja de acero con la que mantenemos los perros fuera de la sala. Siento que vuelo por el aire, pero el dedo sigue pegado a la reja. Caigo en el hombro derecho y siento que me lo entierro hasta la nuca. Pienso: me cercené el dedo. ¡Maldita sea! ¡Que dolor tan HP! El brazo derecho ni podía moverlo. Ahí estaba: colgado. Sentía que me iba a desmayar pero pensé: no puedo irme, del pié brota un manantial de sangre. A gritos llamé a Roge que ya dormía en el segundo piso. Menos mal que me oyó. Llegó, prendió la luz, y la que se iba a desmayar era ella al ver el reguero de sangre.

Una cosa sabía yo: que así, herido, adolorido, cansado y muerto de sueño por el madrugón no iba irme al hospital. Después de calmarme un poco, evalué la situación. Decidí enderezar y envolver el dedo, deteniendo así la salida de sangre. Con la ayuda de Roge, subí las escalas y me tiré en la cama tratando de dormir. “Cuando amanezca, ya más descansado, preparado y limpio, me voy para emergencias. Seguro me van a dejar allí.”

¡Siquiera se acabo este puto día!

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